domingo, 27 de julio de 2014

Prehistoria

La distancia hace que las cosas envejezcan. Lo próximo, lo que convive con nosotros, se va amoldando acompasadamente al paso del tiempo y, al adquirir el mismo ritmo que nosotros, produce cambios que nos resultan imperceptibles. Sólo cuando cae en nuestras manos una foto de hace un año o dos, nos percatamos de que nosotros o nuestros allegados han variado su aspecto.
Lo mismo sucede con los paisajes familiares que frecuentamos diariamente: cambian, pero nuestro paso por ellos hace que asimilemos las variaciones hasta tal punto que nos resulta casi imposible recordar cómo era el mismo espacio años atrás. Son muestras de nuestra inagotable capacidad de adaptación.
Por eso ya no somos capaces de recordar muchas cosas que han sido suplantadas por otras que arrancaron de cuajo la identidad de aquéllas. Hoy mismo en internet di con un vídeo que mostraba a unos jóvenes incapaces de reaccionar ante un teléfono de rueda. Nuestro olvido es tal que creo que, incluso a nosotros, nos resultaría muy difícil utilizarlo después de habernos pasado los últimos años pulsando botones. Pero hoy quiero hablar de las cassettes.
Aún recuerdo el revuelo que supuso la llegada de los reproductores de cintas de cassette. Eran aparatos con la forma y el tamaño de un ladrillo, normalmente con una funda de piel y una correa para transportarlos. Eso del prêt-à-porter era vital porque la novedad consistía en llevar la música con uno y reproducir discos en cualquier parte.
Los primeros aparatos nos los trajeron los Reyes Magos. ¡Qué ilusión grabar la propia voz en aquellos cassettes y luego proceder a escucharnos! Nuestra primera sorpresa era oír aquella voz que salía del cacharro repitiendo las tonterías que acabábamos de decir y, qué difícil asociarla con nosotros, pues hubiéramos jurado ante una Biblia que no conocíamos al dueño de dicha voz. Imitábamos programas de la radio, hacíamos concursos y entrevistas, sintiéndonos  afortunados de poder disfrutar de un avance tan grandioso como aquél.
¡Quién nos iba a decir que aquello no era más que un primer e ingenuo paso anterior al mundo cuasi- virtual que vivimos hoy! Los teléfonos de rueda ya no se ven más que en las películas de época, las cintas de cassette yacen desmadejadas en los contenedores de basura junto a las más tardías cintas de vídeo. Y así, sin darnos cuenta, nuestro mundo se ha ido cubriendo de nuevos objetos que nos robaron aquellos que un día hicieron furor. Porque, aunque no nos hayamos dado cuenta, estamos en 2014 y ¡quién no se maravilló soñando con el futurista año 2000 de  ciencia ficción! Pues sí, aquí estamos, incluso mi madre que auguraba que el 2000 estaba muy lejos y que seríamos nosotros los que lo viviríamos. Porque todo pasa, todo se vuelve obsoleto con el tiempo y alguien pronto se reirá de nuestras miles de ingenuidades de un hoy que dentro de nada será prehistórico.