La
distancia hace que las cosas envejezcan. Lo próximo, lo que convive con
nosotros, se va amoldando acompasadamente al paso del tiempo y, al adquirir el
mismo ritmo que nosotros, produce cambios que nos resultan imperceptibles. Sólo cuando
cae en nuestras manos una foto de hace un año o dos, nos percatamos de que
nosotros o nuestros allegados han variado su aspecto.
Lo
mismo sucede con los paisajes familiares que frecuentamos diariamente: cambian,
pero nuestro paso por ellos hace que asimilemos las variaciones hasta tal punto
que nos resulta casi imposible recordar cómo era el mismo espacio años atrás. Son
muestras de nuestra inagotable capacidad de adaptación.
Por
eso ya no somos capaces de recordar muchas cosas que han sido suplantadas por
otras que arrancaron de cuajo la identidad de aquéllas. Hoy mismo en internet
di con un vídeo que mostraba a unos jóvenes incapaces de reaccionar ante un
teléfono de rueda. Nuestro olvido es tal que creo que, incluso a nosotros, nos
resultaría muy difícil utilizarlo después de habernos pasado los últimos años pulsando
botones. Pero hoy quiero hablar de las cassettes.
Aún
recuerdo el revuelo que supuso la llegada de los reproductores de cintas de
cassette. Eran aparatos con la forma y el tamaño de un ladrillo, normalmente
con una funda de piel y una correa para transportarlos. Eso del prêt-à-porter era vital porque la
novedad consistía en llevar la música con uno y reproducir discos en cualquier
parte.
Los
primeros aparatos nos los trajeron los Reyes Magos. ¡Qué ilusión grabar la
propia voz en aquellos cassettes y luego proceder a escucharnos! Nuestra
primera sorpresa era oír aquella voz que salía del cacharro repitiendo las
tonterías que acabábamos de decir y, qué difícil asociarla con nosotros, pues hubiéramos
jurado ante una Biblia que no conocíamos al dueño de dicha voz. Imitábamos
programas de la radio, hacíamos concursos y entrevistas, sintiéndonos afortunados de poder disfrutar de un avance
tan grandioso como aquél.
¡Quién
nos iba a decir que aquello no era más que un primer e ingenuo paso anterior al
mundo cuasi- virtual que vivimos hoy! Los teléfonos de rueda ya no se ven más
que en las películas de época, las cintas de cassette yacen desmadejadas en los
contenedores de basura junto a las más tardías cintas de vídeo. Y así, sin
darnos cuenta, nuestro mundo se ha ido cubriendo de nuevos objetos que nos
robaron aquellos que un día hicieron furor. Porque, aunque no nos hayamos dado
cuenta, estamos en 2014 y ¡quién no se maravilló soñando con el futurista año
2000 de ciencia ficción! Pues sí, aquí
estamos, incluso mi madre que auguraba que el 2000 estaba muy lejos y que
seríamos nosotros los que lo viviríamos. Porque todo pasa, todo se vuelve
obsoleto con el tiempo y alguien pronto se reirá de nuestras miles de ingenuidades de un hoy que dentro de nada será prehistórico.
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